domingo, 22 de junio de 2014

Las abdicaciones en la Historia de España Recientemente, con motivo de la abdicación del rey Juan Carlos I, hemos apreciado una generosa aplicación de este término, y, como no podía ser menos, la inmensa mayoría de los comentaristas en este caso la han considerado como ejemplar. También han sido unánimes en estimar al reinado como inmejorable, no cortándose al calificarlo incluso como el mejor reinado de nuestra historia. En ninguno de los rotativos de mayor difusión he contemplado el más mínimo reproche a la actuación del rey cesante, cuando todos sabemos que hay episodios no muy edificantes en sus 39 años de reinado. Nadie ha sacado a colación el tema de la famosa cacería en Bostwana, ni sus relaciones con la princesa Corina, ni, por supuesto, las raíces de su cacareado enriquecimiento. Pareciera como si todos los medios de comunicación hubieran firmado un pacto para no estropear el relevo en la monarquía española, lo cual atentaría contra uno de los derechos contemplados en la Constitución vigente, a la cual tanto alaban de boquilla la mayoría de los políticos, aunque después pasen olímpicamente de procurar que las libertades y derechos (como el derecho a un puesto de trabajo o el derecho a una vivienda digna) puedan ser disfrutados por todos los españoles. En este caso se estaría atentando expresamente contra la libertad de prensa. Los ciudadanos que no comulgamos con ruedas de molino asistimos atónitos a semejante espectáculo, pero no nos dejan mucho margen para poner de manifiesto nuestro parecer. Reconozco que no soy en absoluto partidario de la exhibición de banderas, posiblemente en parte por el empacho de actos en los que me vi obligado a participar durante mi niñez y mi juventud, siempre patrocinados por la bandera rojigualda y con la interpretación de himnos pretendidamente patrióticos. Pero llegar a prohibir, como se hizo en Madrid en los días del relevo monárquico, la exposición en balcones de la bandera republicana ya raya en la arbitrariedad. Considero que la monarquía es una institución anacrónica, basada exclusivamente en la herencia, y no ajustada a los tiempos actuales. Me quedo estupefacto cuando partidos que se autodenominan de izquierdas se consideran encantados apoyándola. Eso sí, dicen sus portavoces que tienen el “alma republicana” (?). No comparto los argumentos de los defensores de la monarquía cuando argumentan que existen países prósperos y avanzados con un régimen monárquico, como por ejemplo los países nórdicos de Europa (Noruega, Suecia, Dinamarca) mientras que países con un régimen republicano, tales como Guinea Ecuatorial o Corea del Norte tienen unos gobiernos deplorables, que pisotean los derechos de sus respectivas poblaciones. Pero si aplicamos esa regla de tres nos encontramos con países monárquicos como Arabia Saudita , donde las mujeres no pueden ni siquiera conducir un vehículo, o aún peor, Suazilandia, donde el rey tiene un auténtico harén y una magnífica colección de coches en un país paupérrimo. Bueno, ya está bien. Me he pasado en el preámbulo. Pasemos al meollo de la cuestión. Me voy a referir exclusivamente a las edades moderna y contemporánea de la Historia de España. La primera abdicación la protagonizó el emperador Carlos V ( el Carlos I de España y V de Alemania de nuestros libros de texto de historia). Tuvo que resignarse a dividir los territorios de su vasto imperio, cediéndole la corona imperial a su hermano Fernando, y los territorios de España y las colonias ultramarinas a su hijo, el futuro Felipe II. También éste heredó los Países Bajos, donde por cierto tendría muchos problemas. Después de las llamadas Renuncias de Bruselas el 16 de enero de 1556, se retiró al monasterio de Yuste en la actual provincia de Cáceres, donde la muerte lo sorprendió poco más de dos años después, acelerada por su glotonería, a pesar de que estaba enfermo de gota. Aparte de su agotamiento físico, su abdicación se podría explicar también por la angustiosa falta de recursos financieros para sufragar la política imperialista y la tremenda decepción que supuso para él el cisma religioso que se fraguó en los territorios alemanes tras la irrupción del fraile agustino Lutero. Incluso hay quien, rizando el rizo, ha llegado a comparar esta abdicación con la reciente de Juan Carlos I, pues salta a la vista que también a éste se le notaba el cansancio e incluso sus respectivos herederos se llaman igual, Felipe. La siguiente abdicación, ya en el siglo XVIII, la protagonizó Felipe V, el primer rey de la Casa de Borbón en nuestro país. Sorpresivamente, siendo todavía muy joven, abdicó en su hijo Luis I. Existen varias hipótesis sobre esta decisión, desde que el propio Felipe V aspiraba al trono de Francia, cuna de la dinastía borbónica, por la previsible muerte del aspirante, el futuro Luis XV, hasta una explicación de carácter religioso, pues tanto el rey como la reina habían formulado un voto, renovado hasta tres veces, el 20 de julio de 1720. Claro está, que también podría haber influído uno de los constantes ataques de melancolía que tan a menudo afectaban a dicho rey, a pesar de que ha pasado a la historia con el sobrenombre de Felipe el Animoso. Esos estados de ánimo los llamaríamos hoy fases depresivas. Pero lo cierto es que el nuevo rey tuvo un reinado efímero, puesto que duró exactamente siete meses y veintiún días. Al parecer murió afectado por la enfermedad de la viruela. Entonces Felipe V volvió a hacerse cargo de la corona española, completando el reinado más largo de toda la historia de España. Las siguientes abdicaciones ocurrieron ya a principios del siglo XIX. Son las conocidas como “abdicaciones de Bayona”, pues tuvieron lugar en esta ciudad del suroeste de Francia, donde Napoleón, mucho más inteligente que Carlos IV y su hijo Fernando VII, se las ingenió para que ambos renunciasen al trono español, que luego cedería a su hermano José I. Estas renuncias vergonzantes, que supusieron un exilio dorado para Fernando VII, mientras el pueblo español se batía ardorosamente contra el invasor francés, no fueron óbice para que una vez terminada la Guerra de la Independencia fuese recibido en olor de multitudes. Tanto es así que pasó a llamarse como Fernando VII el Deseado, aunque las mentes más preclaras lo denominan como el Rey Felón. Desde mi punto de vista ha sido el rey más nefasto de toda la historia de España. Viene a continuación la abdicación de Isabel II, que tuvo lugar en su exilio parisino el 25 de junio de 1870. La hizo en favor de su hijo, el futuro Alfonso XII. Había sido destronada por la revolución de septiembre de 1868, llamada la Gloriosa. Su reinado fue un tanto convulso, apoyándose fundamentalmente en el partido moderado, muy influenciado por los generales del ejército, y con una fuerte influencia de la llamada “camarilla de palacio”. Popularmente se le asigna el apodo de la “reina castiza” Tras una enconada pugna entre varios aspirantes de dinastías europeas al trono español, que había quedado vacante por el destronamiento y exilio de Isabel II, el asunto fue hábilmente aprovechado por el canciller Bismarck para que el emperador Napoleón III le declarara la guerra a Prusia, ante la perspectiva de la entronización en España de un rey de la dinastía Hohenzollern,reinante ya en los territorios prusianos. Dicha guerra terminó con la proclamación del imperio alemán en el Salón de los Espejos del palacio de Versalles el 18 de enero de 1871. Al final se eligió como rey de España a un miembro de la Casa de Saboya, reinante en la reciente reunificada Italia. Reinará como Amadeo I. Pero el nuevo rey empezó con mal pie desde el principio, ya que su principal valedor, el general Prim, fue asesinado poco antes de que tomara posesión del trono. Su reinado fue muy corto. Hastiado de las confrontaciones entre los partidos políticos y ante el vacío que le prodigó la mayor parte de la nobleza española, partidaria en su inmensa mayoría del candidato borbónico, optó por renunciar al trono español el 11 de febrero de 1873. Tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII se percató de que ya no gozaba del aprecio de los españoles y se embarco en Cartagena, rumbo al exilio. El día 14 de abril renunció provisionalmente al trono español ,pero no fue hasta el 15 de enero de 1941, muy próximo ya a su muerte, ocurrida el 28 de febrero de ese mismo año, cuando por fin abdicó en Roma en favor de su hijo Juan, candidato, como sabemos, poco grato para el dictador Franco. A manera de epílogo quiero anotar dos cosas. Primero, reparar en la contradicción evidente entre los artículos 14 (los españoles somos iguales ante la ley,sin discriminación, entre otras razones, por el nacimiento) y el 56.3( la inviolabilidad e irresponsabilidad del rey) de la Constitución vigente. ¿Cómo se casa eso? Segundo, estoy estupefacto por el nerviosismo patente que muestran los políticos y hasta elementos del aparato judicial partidarios de la monarquía por blindar jurídicamente al rey saliente a toda prisa. ¿No quedamos en que había sido el mejor rey de la historia de España? Entonces, ¿a qué vienen tanta premura? No deben estar muy seguros.

domingo, 1 de junio de 2014

Un plantón inexplicable

Este año se cumple el primer centenario de la inauguración del Parque de María Luisa. Con tal motivo se están organizando una serie de eventos. Entre las instituciones que han organizados actos figura el Ayuntamiento de Sevilla. Entre ellas figuran un ciclo de conferencias impartido en la sede de la fundación Martín de Madariaga, en el antiguo consulado de los EE.UU. Pues bien, el martes pasado, día 27 de mayo, estaba programada una conferencia relativa a los pabellones de la Exposición Iberoamericana de 1929 para las 7,30 de la tarde. Sin embargo, las 8 personas que asistimos nos encontramos con la desagradable sorpresa de que el ponente, del cual ignoro su nombre, no se presentó. Peor todavía, estuvimos esperando media hora y nadie se dignó darnos una explicación al respecto, ni siquiera el personal de la citada fundación sabía los motivos de la ausencia del conferenciante, a pesar de que me consta que llamaron por teléfono para informarse, pero nadie atendió sus llamadas. Representa una falta total de consideración hacia los ciudadanos esta actitud, ya que lo mínimo que se exige es una explicación convincente. Después se extrañarán de la desafección de los mismos en relación con casta política.